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Funcionarios de prisiones: una causa justa

Una hipótesis que explique la irritación de Mercedes Gallizo con todo lo que se mueve podría ser que se le ha venido abajo la utopía, y ha visto cómo los funcionarios de prisiones a quienes menospreció (¡sus propios funcionarios!) tenían razón y le han ganado la batalla de la opinión pública.

Una hipótesis que explique la irritación de Mercedes Gallizo con todo lo que se mueve podría ser que se le ha venido abajo la utopía, y ha visto cómo los funcionarios de prisiones a quienes menospreció (¡sus propios funcionarios!) tenían razón y le han ganado la batalla de la opinión pública.

El utópico no tiene una explicación para el mal, y como no quiere verlo en las personas, sino en los sistemas, se dedica a fabricar sistemas que respondan a sus ideaciones progresistas, humanitarias y liberadoras. Quienes suelen padecer en primer término el cáncer de la utopía son los ámbitos donde el mal despunta: en potencia (la Educación) o en acto (la Justicia).

En uno (la Educación), las malas tendencias (pereza, agresividad, irresponsabilidad, falta de respeto a los demás, desprecio a la autoridad) pueden encauzarse apenas entrevistas en el niño o adolescente, salvo que un "sistema" fabricado por estetas y soñadores se dedique a fomentarlas. Cuando interviene el otro ámbito (la Justicia) es porque el mal ya se ha manifestado en toda su perversa potencialidad, y sólo procede su represión.

Pero cuando la Educación no encauza o encauza mal, y la Justicia no reprime o reprime sin estar muy convencida de su legitimidad para hacerlo, los primeros que pagan el pato, antes de que el mal se difunda al resto de la sociedad, son los "parapetos" de la Educación (profesores y maestros) y de la Justicia (policías y funcionarios de prisiones).

En estos días, cualquiera que palpe sobre el terreno la situación de estos últimos advierte que han llegado a un límite. Sólo su "jefa" está en las nubes, o bien vive presa del fanatizado utopismo en materias de Código Penal (y reglamentos subsiguientes) que caracteriza a esa izquierda radical de donde procede ideológicamente.

El asunto de la célula islamista, pese a su proyectada atrocidad, es sólo un dato añadido a la situación a la que se enfrentan cada día del año veinte mil de nuestros conciudadanos.

Sueldos ridículos que no tienen en cuenta la peligrosidad de su misión (¡21 euros de aumento promete Gallizo!) y que no se han actualizado al ritmo de otros Cuerpos del Estado. Condiciones de trabajo que sólo mejoran cuando –antes, siempre antes– han mejorado las de los internos. Desautorizaciones y maniatamiento ante quienes quebrantan la ley, con el resultado de un índice disparado de estrés y depresión (como en el cuerpo docente y por idénticas razones). Humillaciones, vejaciones y agresiones impunes por parte de los presos... y muchas sólo las cuentan off the record para no hundir todavía más la autoestima de personas decentes enfrentadas a pecho descubierto y sin red a situaciones imprevisibles.

Los funcionarios de prisiones saben ya que no cuentan para nada serio con su directora general. El Gobierno –si aún le funcionan los resortes políticos– terminará de quemarla en las presentes negociaciones y la sustituirá después. O no, claro.

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