Imprimir esta página

La última moda de las cárceles llega a la prisión de Topas: los móviles diminutos

Fuente: La Gaceta

La proliferación de los terminales en miniatura ‘invade’ la prisión salmantina y su pequeño tamaño permite a los reclusos esconderlos en cualquier recoveco: zapatillas, paquetes de pan bimbo o rendijas.

En paquetes de pan de molde, ocultos en la suela de la zapatilla, en una rendija de ventilación o incluso despiezados como si de un MP3 se tratara. La proliferación de teléfonos móviles del tamaño de un mechero en las cárceles españolas, fácilmente ocultables, también ha llegado a la de Topas y los funcionarios cada vez lo tienen más difícil a la hora de dar con uno: cualquier recoveco es válido.

Según fuentes del sindicato mayoritario del penal salmantino (ACAIP), cada vez son más los reclusos que optan por ellos y en la mayoría de los casos son los familiares de los reos los encargados de colarlos en prisión. “Son prácticamente todo plástico y tienen pocas piezas de metal, por lo que son más sencillos a la hora de pasar por el arco”, explica un trabajador del centro. En otras ocasiones, cuando el detector pita, las ‘mulas’ ponen excusas de algún tipo, como un piercing en una zona íntima. Unas veces sale bien y otras mal.

 
Su diminuta medida no guarda relación con el precio que estos terminales pueden alcanzar intramuros. “Si fuera cuestan 20 euros, dentro pueden costar 200 o 300, además de lo que cuesta cada llamada, ya que también se pagan”, comenta. Y es que, para muchos, hacer una llamada es fundamental. A pesar de que la dirección del centro les brinda la oportunidad de tener a través de un teléfono fijo más de una hora de comunicaciones a la semana con una serie de números previamente establecidos, los reclusos necesitan de estos terminales para pedir favores o poder dirigir sus negocios desde prisión, un peligro que asumen pese a estar catalogado como “falta grave”. A veces, la comunicación con el exterior ha sido tan deseada que se han traspasado barreras como la de la ingesta de dichos dispositivos.

 
Para ello, los funcionarios de prisiones realizan continuos cacheos que les obligan cada vez más a meterse de lleno en la mente de los reclusos. Escondidos entre rebanadas de pan de molde, ocultos en las páginas de un libro, perdidos en un doble fondo o bajo alguna baldosa suelta. “Justo este verano encontramos uno diminuto, más pequeño que el tamaño de un dedo”, asegura el empleado. Sin embargo, apunta a que la falta de personal no siempre les permite realizar las inspecciones de forma tan minuciosa como les gustaría y eso hace que la mayoría de los terminales que se intervienen sean gracias a “chivatazos”.

Valora este artículo
(0 votos)