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Trabajo entre rejas para dejar los patios y ser libres

Unos 400 presos trabajan o se forman mediante cursos en el centro penitenciario de alhaurín de la torre.

Algunos presos fabrican puertas y ventanas para empresas o trabajan en servicios internos de cocina, lavandería o panadería.

Fuente: La Opinión de Málaga

Entrar en la prisión de Alhaurín de la Torre es recorrer un paisaje de pasillos y puertas correderas. Un mundo de ladrillo visto, hierro y cemento. Un largo corredor, visiblemente humanizado en los últimos años por grandes pinturas de internos como el colombiano Danilo y otros, hace de distribuidor central. De él surgen `vías secundarias´, que llevan a los módulos, el corazón de la vida diaria de los reclusos.

Dalí, Picasso y paisajes de Málaga han sido las fuentes de inspiración de los presos-pintores. En una esquina, una pizarra de anuncios escupe una frase trazada con rabia: "Matar es fácil, lo difícil es luchar".

Sin duda hay gente que lucha en la prisión de Alhaurín. Por redimir sus condenas y trabajar ya por un futuro en libertad. José Antonio López es uno de ellos. A sus 39 años, sale cada día de su `chabolo´, coge un azadón y se pone a cavar la tierra. José Antonio y el otro recluso que trabaja en el vivero tienen a su disposición unos 5.000 metros cuadrados. En ese espacio cultivan coles, espinacas, patatas, pimientos y lechugas. Abastecen a la cocina de la cárcel y conquistan felicidad. "El trabajo aquí da media libertad. Se me van los días y no me entero", confiesa.

El hombre del vivero responde al perfil clásico del malagueño en prisión (otra cosa son los extranjeros), con una historia de enganche a las drogas y una suma de pequeños delitos que `recitan´ de carrerilla. "Llevo desde el 99 y estaré aquí hasta el 2010 por varios robos y tentativas de robos".

A José Antonio, el vivero le parece su pequeño paraíso. Está cerca de Nerja, donde viven sus padres, y lejos de Madrid y Galicia, donde pasó varios años preso.

"Pasaba muchísimo frío y no tenía la libertad que tengo aquí", evoca este interno, que ve "cordialidad" en las relaciones presos-funcionarios. "En Galicia las relaciones eran más duras, sólo hablaba con los funcionarios para pedir una instancia".

Albañiles. A unos metros del vivero, también a cielo abierto, el cordobés Manuel Ruiz, de 27 años, y otros chicos levantan una caseta de ladrillos. "Nos cogieron a varios con hachís. Entré el verano pasado y estoy esperando juicio, pero no es lo mismo que al principio, que estaba nada más en el patio. Aquí, en el curso de albañilería, construimos un aula para fontaneros. Aprendo y se pasa el tiempo más rápido", matiza.

El centro penitenciario es como una pequeña ciudad. Con sus servicios e instalaciones. En la lavandería, siete hombres trabajan a marchas forzadas con tres grandes lavadoras. Son 150 bolsas con unas 12 prendas cada una las que reciben cada día. Trabajan de 9.00 a 13.00 horas y de 15.00 a 19.00 horas. Virgilio Sánchez Muñoz, malagueño de 53 años, está contento con ser el encargado de ese grupo. Es ya un preso de confianza. Espera que esa situación le sirva para que le den un permiso. "Me metieron tres años por dos gramos de coca y me han denegado cuatro veces salir de permiso. Entre mi mujer actual y yo tenemos siete hijos y quiero verlos", se lamenta.

Empresas. La dirección del centro presume de tener unas naves con dos talleres donde se trabaja para empresas, algo que no pueden decir muchas cárceles españolas. En el de carpintería metálica, 12 condenados fabrican persianas, puertas, ventanas y acristalamiento para obras. El ritmo de producción es de unas 80 piezas diarias. Cada mañana, Francisco Mérida, socio de Builder SL, va a la prisión y se mete en la pequeña oficina habilitada igual a la de cualquier taller. "Hace 14 años salió a concurso público este servicio, no se presentó nadie y luego hubo quien se quejó de competencia desleal", revela Francisco.

¿Y cómo responden los presos, muchos de ellos sin hábitos de trabajo? "Estamos muy contentos. Son supertrabajadores. No hay problemas", asegura Mérida. Donde sí hay más dificultades es en la calle. Builder SL también da trabajo en su nave central a reclusos en tercer grado o ex presos y algunos fallan. "En la calle, hay quien ve más rentable vender cocaína que trabajar".

Antonio Romero, que a sus 38 años tiene una hija y una nieta, está encantado de la vida con su trabajo. "Estaba desmadrado y esto me ha cambiado la vida. Antes, cuando estaba en el patio, mi familia me mandaba dinero, ahora soy yo el que les manda a ellos", relata.

Trabajo incesante. La panadería es otro punto caliente de trabajo. Noe González, de Benalmádena, viene del mundo de la hostelería y en él sigue. "Aquí se hacen 4.000 bollos diarios y siempre hay que tener más de 300 en el congelador por si acaso", explica. El mayor imprevisto reciente fue la entrada en prisión de 300 africanos detenidos en julio de 2005 por las falsas loterías. Hubo que descongelar los bollos.

La cocina, abierta de 6.30 a 19.00 horas, es un centro de actividad incesante. Los presos que trabajan en ella, coordinados por el cocinero Paco, sacan casi 1.400 raciones diarias de comida, de las que entre 220 y 250 son para musulmanes y unas 250 otro tipo de dietas especiales. El ritmo de consumo va por módulos. A menor poder adquisitivo más consumo. Los que tienen dinero compran alimentos en el economato. Como en la calle, un mundo de `ricos´ y `pobres´ también dentro de los muros de la prisión.

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